domingo, 8 de mayo de 2011

Crónica sobre la muerte de un amigo


Eutanasia para un amigo


10:35 A.M  del 28 de Abril

Cuando las puertas del ascensor se abrieron, tuvimos miedo al dar el primer paso y entrar a nuestra casa. Mis lágrimas se escurrieron por debajo de los lentes oscuros que llevaba puestos, y mi mamá, llorando desconsolada, se derrumbó sobre el cuerpo sin vida de Simón.

Durante trece años, Simón fue la alegría, el desorden, la risa, el hijo, el hermano, el amigo, el problema, la solución. El que destruyó media docena de almohadas, algunos  zapatos,  tres mesas, adornos navideños y cinco porcelanas.   Además,  escuchó a cada uno de los miembros de la familia contarle sobre negocios, la novia, el colegio, el logro, la derrota, la universidad. No importaban el tema, o el estado de ánimo en el que cualquiera de nosotros se encontrara: Simón siempre estaba al lado de nosotros.

Algunos aseguran que un año de un perro equivale a siete de un hombre, es decir, que mientras nosotros vivimos 365 días, para ellos,  transcurren aproximadamente 2555 días. Y como si desde lo más inocente de sus corazones lo entendieran, los perros resuelven excitar su vida al máximo, y disfrutar cada segundo al lado de su familia adoptiva, situación de la que pueden dar fe todas las personas que han permitido, que uno de ellos llegue a su hogar.

Simón no fue el más juicioso de los perros que he conocido. Es más, siendo sincero, debo decir que algunos de los amigos de mi familia lo apodaron “el perro guerrillero”, y ni comentar la fama que tenía en el parque El Virrey, pues sin exagerar, puedo afirmar que en su carrera de perro busca-pleitos,  y en los 13 años que vivió, no dejó en paz a ninguno de los otros perros que visitaban habitualmente ese lugar. Es justo aclarar que en todas las peleas, el que terminaba adolorido era mi labrador, pues aunque tenía corazón de luchador, sus movimientos e instinto animal no superaban al de un simpático pero torpe conejito.

Ninguno de mi familia creía que una graciosa bolita de pelos dorados podría llegar a cautivar sus corazones, ni mucho menos que funcionara como hilo conductor del hogar durante trece años. Simón se convirtió en el bebé que roba la atención de todos en una familia. Sin embargo, era obvio que la relación más fuerte era la que existía entre Simón y mi mamá. En los años que mi papá pasó en la oficina, mi hermano se graduaba del colegio y universidad y yo pasaba de la niñez a la adolescencia; mi mamá se dedicaba a criar al nuevo bebé. Ése que nunca dejaría de serlo.

La achaques de la vejez

Pero al igual que en los humanos, los años en los perros tampoco llegan solos. Sin embargo, hay una gran diferencia; a éstos les llegan las plagas de la vejez de manera prematura, y sin ellos poder comprender qué es lo que les pasa; el ritmo de su vida comienza a decaer de manera acelerada.

La bienvenida que Simón me daba al llegar a la casa comenzó a menguar, pues en vez de agarrar con sus dientes  lo primero que se encontrara en su camino para saltar y hacer todo un festín de mi regreso a casa, me tocaba a mí ir a buscarlo en algún baño a oscuras donde se echaba a temblar, y de vez en cuando a llorar.

La displasia de cadera, al igual que en muchos labradores, fue una enfermedad que lo acompañó a lo largo de su vida, por la que lo operaron en varias ocasiones y además, se debía reforzar con pastillas que a diario mi mamá debía camuflar en un suculento trozo de carne, para que la tragara, y calmara su dolor físico.

Sin embargo, no fue esa enfermedad la que nos llevó a la decisión de aplicarle la eutanasia canina, sino el cáncer linfático que estaba comenzando a devorarlo, y por su avanzada edad, no valía la pena prolongarle la vida por un año más, lleno de sufrimiento. Eso sería egoísmo: clásico en el hombre, y jamás conocido por los animales.



6:00 P.M del 27 de Abril  

Sabíamos que era la última salida al Virrey para Simón. En el rostro de mi mamá se veía el padecimiento de una madre que sabe que su hijo va a morir al día siguiente. Y en mi cara, la aterradora sensación de saber que sufriría la pérdida más dolorosa hasta el día de hoy.

Los pocos pasos que daba, demostraban el intenso dolor que sentía al hacer un esfuerzo descomunal para mover su pesada figura. Su cola ya no se abanicaba como en sus mejores años, y de sus ojos lo único que se podía descifrar era el agradecimiento de toda una vida.

8:00 AM. Del 28 de Abril

Sentados en una mesita de un café y tomando el más amargo de los tintos, mi mamá, mi  novia y yo esperábamos la fatídica pero inevitable llamada de mi papá. Él se encontraba en mi casa, con Simón y mi tía, mientras la veterinaria le aplicaba la inyección que acabaría con su dolor.

Apenas sonó el timbre de mi celular, ya sabíamos lo que quería decir. Simón se había ido para siempre…

10:35 A.M  del 28 de Abril

Cuando las puertas del ascensor se abrieron, tuvimos miedo al dar el primer paso y entrar a nuestra casa. Mis lágrimas se escurrieron por debajo de los lentes oscuros que llevaba puestos, y mi mamá, llorando desconsolada, se derrumbó sobre el cuerpo sin vida de Simón.

Aún estaba tibio, lo que hizo que negáramos su muerte en un principio. Quedé pasmado, pues por primera vez vi a mi papá, ese hombre recto y que muchas veces califiqué de tener una personalidad un poco fría, llorar sin consuelo y pálido del dolor. Mi mamá abrazaba a Simón y gritaba lo mucho que lo amaba. Mi novia me abrazaba y aunque no comprendía del todo la situación, ya que nunca antes había conocido el lazo tan fuerte y memorable que puede existir entre el hombre y su perro.

Llegaron los de la funeraria canina, y debo revelar que me sorprendí. No eran los carniceros sin corazón que me imaginaba. Uno era moreno, medía aproximadamente 1 metro con 90 centímetros, vestía un traje gris, y una corbata negra, y el otro, de pelo rubio casi albino, fue quien hizo una plegaria dedicada a las mascotas que fallecen: ésta se llama El puente del Arco Iris.

El llanto se incrementó mientras  los hombres se llevaban a mi perro, y el fuerte abrazo que compartimos en familia, no fue capaz de aliviar el profundo dolor que vivimos en la mañana que Simón se durmió para siempre.  

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